En México, los refranes populares suelen encerrar verdades incómodas. Uno de ellos —“árbol que crece torcido jamás su rama endereza”— resuena con fuerza cuando observamos el rumbo que ha tomado Morena, un partido que nació con la promesa de regenerar la vida pública del país bajo tres principios: no mentir, no robar, no traicionar al pueblo.
Sin embargo, la realidad política ha demostrado que el
poder, incluso cuando se viste de transformación, tiende a repetir viejos
vicios. El caso de Alfonso Durazo Montaño, actual gobernador de Sonora y
presidente del Consejo Nacional de Morena, es un ejemplo que incomoda a quienes
creyeron en un cambio auténtico. Su trayectoria, marcada por señalamientos y
decisiones cuestionables, contrasta con los valores que el presidente López
Obrador ha promovido como guía moral del movimiento.
¿Quién lo puso?
Aunque formalmente fue elegido por los delegados del
Congreso Nacional de Morena, nadie duda de que su nombramiento fue impulsado
desde las alturas. En Morena, como en los viejos partidos, las decisiones clave
no se toman sin el visto bueno del líder máximo. Y eso nos lleva a una pregunta
inevitable: ¿cómo se conjuga el discurso ético de la Cuarta Transformación con
la promoción de figuras que representan lo contrario?
El dilema de la congruencia
Morena enfrenta hoy una encrucijada. Puede seguir
justificando sus contradicciones en nombre de la estrategia, la gobernabilidad
o la lealtad. O puede asumir que la ética no es un adorno discursivo, sino una
práctica que se demuestra en los hechos. Porque si el árbol crece torcido desde
el inicio —si se tolera la corrupción, el amiguismo y la simulación—,
difícilmente podrá dar frutos distintos a los que ya conocemos.
¿Hay esperanza?
Tal vez. Pero solo si la ciudadanía deja de aplaudir
por costumbre y empieza a exigir con convicción. Solo si los militantes de base
asumen el espíritu crítico que dio origen al movimiento. Y solo si se entiende
que la transformación no se decreta desde el poder, sino que se construye con
coherencia, con el pueblo y sin demagogia.











