En
un artículo maliciosamente titulado: “Legislar la moral” del periodista Sergio
Sarmiento, aparecido en El Imparcial de hoy –22 de febrero de 2018--, y supongo
que en oros diarios también, este señor se lanza contra la propuesta de Andrés
Manuel López Obrador de elaborar una constitución basada en la moral, no
legislar sobre la moral como el periodista afirma, lo cual es absurdo.
Sarmiento
cita al conservador filósofo español Fernando Savater, para restringir la moral
al ámbito del individuo. Adolfo Sánchez Vázquez, en cambio, sin dejar de lado
que la moral es interiorizada por individuos concretos, nos dice que la moral
tiene un carácter social, pues regula relaciones entre seres humanos que viven
en sociedad, por lo cual la moral también es pública.
Luego
de meterse con las creencias cristianas que asegura tiene López Obrador, las
cuales dice respetar, lo vincula, como otros opinadores de derecha, con los
revolucionarios cubanos y con Nicolás Maduro. La finalidad es infundir miedo
con recursos retóricos desgastados por el uso inmoderado que se ha hecho de
ellos.
Enseguida
compara sus propios dichos con las restricciones morales aplicadas a la
sociedad en el mundo islámico, y deja abierto el camino para que sus lectores
le den vuelo a la imaginación que aterrice en el fundamentalismo islámico,
estratagema que es una inmoralidad del señor Sarmiento. ¡Yo no lo dije, ellos
lo pensaron! Se defendería el escritor en cuestión.
Este
señor parte del argumento pueril, atribuido al candidato, de que moral y
creencias religiosas son la misma cosa, para apoyar la supuesta intención de
AMLO de introducir sus creencias religiosas en la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos. Utiliza esta falacia para contraponerlo con el
laicismo de Benito Juárez, presentándonos un AMLO antijuarista.
Casi
al final supone que para que el candidato no sea acusado de conservador debe
manifestarse a favor del “matrimonio entre homosexuales”. Como bien sabemos se
trata de un asunto capaz de dividir a la sociedad mexicana y AMLO lo ha tratado
con el cuidado que el asunto merece, lo cual no excluye el absoluto respeto a
las preferencias sexuales consignado en el artículo primero de la Constitución.
Al
final, Sarmiento vuelve a la idea absurda de que AMLO pretende legislar sobre
la moral de las personas y lanza su llamado al combate: “no permitamos a ningún
político establecer un monopolio ético.”
Juan
Jacobo Rousseau advertía, en el siglo XVIII, que los poderosos habían
convertido sus privilegios en derecho. De lo que se trata hoy es de legislar
tomando como orientación a la moral, a lo que es bueno para los mexicanos en
general, no para unos pocos privilegiados. La prohibición de la esclavitud por
el papa en el siglo XVI fue un imperativo ético que ahora es un mandato de
nuestra Constitución. Hay un conjunto de cuestiones relativas a resolver los
problemas de la pobreza, la seguridad social, el derecho al trabajo, el asunto
de las pensiones y otras demandas sociales, que se encuentran en diferentes
escalones de la escalera de los derechos humanos, que se ubican en el plano de
lo que debe ser y aún no es; de lo que se trata es de que sea, de que se plasme
en derechos ineludibles, realizables en un tiempo que no puede quedar
indefinido. La tarea es legislar donde haga falta y cumplir los ordenamientos
legales cuando ya están escritos. La Constitución de los Estados Unidos
Mexicanos lo expresa de mejor manera: debemos considerar “a la democracia
no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un
sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y
cultural del pueblo”. Conviene repetirlo: del pueblo, no de los inversionistas.
El pueblo es el sujeto de la democracia en nuestra Constitución, legislar en su
favor es un imperativo moral que debe convertirse en un imperativo jurídico.
Pero las cosas no pueden quedar en leyes, éstas deben volverse reales, deben cumplirse.
¿Tiene Sarmiento algún problema con eso?