“A decir verdad,
podemos preguntarnos si actualmente no es lo social lo que alimenta lo
económico más que a la inversa. El ejemplo de las economías más competitivas
sugiere que es de la cultura y de la calidad de las relaciones sociales (¡sin
descuidar la voluntad de poder!) de donde el desarrollo económico extrae una
parte creciente de su dinamismo largoplacista.” (Bernard Perret y Guy Roustang. La
economía contra la sociedad. Fondo de Cultura Económica. Pp. 13 y 14).
En Síntesis: las
economías más competitivas alimentan su desarrollo de largo plazo
de: a) La cultura, b) “la calidad de las relaciones
sociales”, y c) La calidad de gobierno.
Las nuevas
doctrinas de gestión consideran que la inteligencia en el
trabajo es portadora “de sentido y de esparcimiento relacional”, por
lo que se debe promover a éste para que se movilice la inteligencia en el
trabajo.
La economía de mercado reposa sobre:
a) Los comportamientos sociales,
b) Las instituciones,
c) Normas sociales, tales como la
aceptación de riesgos personales y el respeto por los contratos contraídos.
Refiriéndose a la
transición de un sistema social a otro, ya sea del socialismo o de las economías
mixtas a una economía de mercado, nos advierten: “Aquellos que descuidando el
contexto institucional y ético del desarrollo de la economía de mercado
apuestan por la automaticidad de los efectos de la liberación de los
intercambios se arriesgan a graves decepciones.” (Ob. Cit. P. 14)
En los países ricos
se debate el asunto del uso del tiempo, los compradores de tiempo de trabajo
quieren aumentar la jornada de laboral, mientras que quienes lo venden buscan
reducirlo, lo cual evidencia que el factor político tiene una gran responsabilidad
en la orientación del desarrollo económico. El tiempo es uno de los bienes
sociales que tanto en el ámbito de la producción como en el de la distribución
“deben escapar a la lógica del mercado.” (Ibid).
La abundancia de
riqueza en esos países y el efecto del desarrollo económico sobre la sociedad y
el entorno vuelve necesario pasar de “una lógica del nivel de vida a una
lógica del modo de vida.” (Ob. Cit. P. 15). La riqueza monetaria cada vez es
menos representativa de lo que es la calidad de vida, debido a la degradación
del entorno, la fractura del tejido social en las grandes ciudades y la
inseguridad que priva en ellas.
Los movimientos
sociales que buscan proteger los intereses de los trabajadores, se ven
acompañados de la necesidad de revitalizar la sociabilidad, de proteger la
naturaleza, la cultura, los espacios públicos y la vida democrática “contra las
intrusiones de la economía.” (P. 15).
Hemos llegado a creer
que el progreso es un proceso continuo de emancipación material y
social del individuo, pero el bienestar social no se deriva mecánicamente
del incremento de la utilidad individual. Por ende, en la actualidad la
prioridad consiste en volver a encontrar el sentido del bien común.
La idea de la
abundancia material como presupuesto para el mejoramiento social no se ha
convertido en una realidad en el espacio público e, incluso, es el elemento más
significativo en la crisis de integración cultural que padecemos.
Quienes “ejercen
responsabilidades económicas y políticas” y pretextan que están constreñidos a
un limitado margen de maniobra, en realidad son “prisioneros de una lógica de
la cual no se perciben fácilmente las fallas”. (P. 16). Es evidente que la
actividad económica contemporánea constituye un freno para la integración
social. Esos agentes político-económicos asumen con extremo pragmatismo
supuestas leyes económicas como si fueran leyes absolutas y subordinan el
interés de la sociedad a ellas “en nombre del empleo, del crecimiento y de la
competencia internacional.” (P. 17).